Fantasía y realidad. Teoría y práctica.

La fantasía es como la teoría. Construye; alimenta; llena de sueños la mente; ofrece el contexto propicio, la red contenedora para que la realidad sea propicia, para que los hechos fluyan con previsión, con maravillosa precisión. Eso es lo que se imagina, lo que se sueña, eso se planea. No hay falla, y si la hay se resuelve con impecable sabiduría. La fórmula ya está en esa fantasía. Después de todo ahí todo es tal y como debería ser. Ahí, uno es el que debería ser. La teoría que debería reflejarse en esa práctica que eres.

Te casarás, por ejemplo, y tu papá te llevará al altar. De una iglesia por supuesto, como en todas esas fantasías inoculadas por los cientos de novelas rosas que te comiste en tus noches adolescentes. Tu mamá te ayudará a vestirte. Tus amigos estarán esperando en una iglesia en medio de muchos árboles, inimaginable en la ciudad. Pero ahí estás, entre esos altos bosques que rodean una ciudad real pero lejana de ese lugar perfecto.  Estás delgada y el  vestido te queda como a una ‘barbie’. Lo soñaste, lo describiste, lo mandaste a hacer a tu medida. Para eso te preparaste los seis meses previos en un gimnasio. Tu cara luce luminosa, feliz y descansada. Una semana entera de masajes, mascarillas y felicidad absoluta, toda. «Love is in the air» es tu himno Es media tarde y entre los árboles se asoma un sol suave, llegas. Está esperándote, tu sol, tu complemento, con la adoración en sus ojos, con su sonrisa plácida.

Y mientras subes las escaleras, escuchas que te habla; no entiendes muy bien y te acercas. De pronto notas que, a través de sus lentes, sus ojos están ahora impacientes.

– Son las cinco. Llegas tarde!

– Pero el turno era a las cinco.

-Había que llegar antes. Hay que hacer el trámite de entrada. A las cinco debemos estar ya con el notario!

Se acercan al mostrador y llenan los papeles . Apenas si puedes saludar a su hermana y a su mamá, a quien conociste dos días antes.

– Pero mi familia no ha llegado todavía. 

– Bueno, hablemos con el notario y ver si espera. 

Subes junto a él, no con él que no tiene paciencia para esperarte. En la puerta de un despacho se asoma un hombre de camisa arremangada, tirantes y pajarita. Un viernes por la tarde ya está pasado de cansancio y trámites.

-Podemos esperar un rato. Me avisan cuando lleguen – , contesta con un acento costeño inconfundible.

10 minutos, 15, 20, 35 minutos.

– Ya no puedo esperar. Tenemos que comenzar -. Dice asomando la cabeza.

Mientras se sientan,  llega ese señor que te dio la vida, furioso con tu mamá porque todo lo deja para última hora. Cruce de reproches y la mirada furibunda de ‘tu sol’, que casi calcina cualquier cosa que pueda enfocar. Prefieres no mirarlo.

Se sientan frente al hombre costeño. Comienza el trámite, o la ceremonia para seguir un poco con tu fantasía. Media hora leyéndoles el contrato; ese en el que además deben dar fe que ninguno de los dos está un poco mal de la cabeza. ¿Cómo podrías haber adivinado el futuro en ese momento ‘sublime’?

La carrera séptima no es el bosquecillo,  el vestido lo compraste tres días antes y ni el arreglo que pediste lo hicieron bien. Aún así, no te ves mal. Corriste en la mañana a buscar los zapatos con los que te conformaste. El maquillaje improvisado en un salón de última hora te convirtió en otra, a pesar de tus esfuerzos posteriores para volver a tu esencia. Tu cara luce cansada y resignada, pero bonita según tu casi cuñada.  Llegas puntual pero tarde.

Y te casaste igual.

Fantasía y realidad. El resultado fue el mismo. El final, no.  La realidad fue impiadosa.

Un par de esforzados, y no menores, intentos más en vano. Entonces decidiste que la felicidad viviría, de ahí en más,  en tus fantasías, en donde todo sí funciona.

Pero, ¿y ahora? cuando la fantasía amenaza con convertirse en una realidad imponente, ¿dónde está la sabiduría?

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